viernes, 5 de marzo de 2010

La edad del pantalón corto


Arturo Jiménez
No sé cuántas dioptrías tenga en sus anteojos. Quizá más de 10. Su pantaloncillo corto color café claro y vivos azules y su playera azul marino me recordaron los colores de la Universidad Nacional. En la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, sus edificios y explanada me recuerdan al campus. Te espero.
Observarlo con su pelota plateada y jugar futbol de manera solitaria mientras su abuela lo observaba desde una banca me recordó mi niñez. Aquellos tiempos en que yo también jugaba futbol en el patio de mi casa, y metía goles y narraba un partido imaginario. Mientras, mi madre, que en ese entonces era ama de casa y después emprendiera un negocio propio, hacía sus quehaceres y el sonido de Radio Variedades. Piezas musicales de Juan Gabriel y Rocío Durcal eran lo cotidiano a principios de los años ochenta.
Maximiliano, ahora que sé su nombre, choca con otro niño que pasa a su lado. Yo hubiera marcado juego peligroso y que se reanudara el partido con dos toques. Max tendrá, calculo, siete u ocho años y es un jugador con experiencia. El otro pequeñín de risitos de oro acaso apenas dos. El llanto rompe la tranquilidad de la tarde. El reloj marca las 18:48 horas. Tímido, Max pide una disculpa al pequeñín y el partido se suspende.
Una niña de aproximadamente cinco años les llama a un par de canes que trotan por la plaza. Parece que camina hacia mí. Lleva una manzana en la mano. Me mira pero en realidad va a la banca de al lado. Su abuelo está sentado en ella y le cuida su bicicleta.
Otro “pirinola” camina atrás de sus papás y me mira fijamente. Tal vez cree que ya me vio en algún lugar, o simplemente con su sonrisa quiere hacer un nuevo amigo. Le digo adiós con la mano y le devuelvo la sonrisa a mi amiguito.
Es aquella hora del día en que no se sabe si aún es la tarde o ya es de noche. Todavía no se define el estado del tiempo. La nostalgia pega.
Mientras escribo, Max con su pelota plateada y su abuela desaparecieron. El aún bebé de risitos de oro ahora corre y grita riéndose en la célebre plaza. La niña de la manzana tampoco está con su abuelo en la banca de al lado. Ahora dos señoras comparten una bolsa de frituras. Y yo, yo mientras saboreo mi refresco favorito mientras espero a que caiga la noche, den las 19:30 y salgas.
En estos grises días, estos peques me devolvieron un poco de aquella inocente y despreocupada felicidad de cuando yo también usaba pantalón corto.

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